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Escapada de fin de semana a Cervera de Pisuerga y la Montaña Palentina.

La Montaña Palentina es un rincón de Castilla y León que combina naturaleza, tradición y paisajes de gran belleza. Su puerta de entrada es Cervera de Pisuerga, un pueblo acogedor desde el que parten rutas tan emblemáticas como la Senda del Oso o la Ruta de los Pantanos. En esta escapada de fin de semana recorrimos miradores, pueblos con encanto y caminos rodeados de montañas y embalses, disfrutando de una experiencia única que nos permitió descubrir la esencia de esta tierra.

De Madrid a Cervera de Pisuerga.

Partimos de Madrid a primera hora de la tarde por la A-1, la autovía que conecta con Burgos. Tras bordear la ciudad, enlazamos con la A-231, conocida como la Autovía del Camino de Santiago, hasta Osorno. Desde allí seguimos por la N-611 hasta Herrera de Pisuerga y,finalmente tomamos la P-227, que nos condujo directamente a Cervera de Pisuerga.

Primera impresión de Cervera de Pisuerga.

Por Cervera de Pisuerga ya habíamos pasado cuando veníamos de regreso de nuestro paseo por Picos de Europa. Potes (Cantabria) se encuentra relativamente cerca de este lugar en plena Montaña Palentina.

Fuimos directo a nuestro hospedaje, el famoso Parador de Cervera de Pisuerga. El año pasado habíamos planificado ir a este lugar, pero, ante el fenómeno de la DANA de 2024, decidimos posponerlo.

Esta vez estábamos apremiados por el anuncio de que el parador será cerrado en octubre, por año y medio, para remodelaciones. Era ahora o nunca.

El lugar es hermoso: está en un enclave con una espectacular vista a las montañas y al embalse de Ruesga. Las habitaciones son enormes, todo en madera antigua; eso sí, se le notan los años.

Luego de registrarnos y de admirar la vista y el hotel, nos fuimos a cenar. Lo hicimos en Taxus, el restaurante de un camping de la zona que nos sorprendió: entre hamburguesas y pizzas, contaban con unos interesantísimos platos con bacalao y morcilla. Ambiente agradable y buena atención.

Mañana de sábado por la Senda del Oso.

Nos levantamos no tan temprano; el cansancio de la semana y el trajín del día anterior requirieron un buen descanso.

Salimos a buscar dónde desayunar. Después de dar unas vueltas por el apagado pueblo, nos metimos en Sevillano, un bonito bar que estaba lleno de locales, motoristas y senderistas. Comimos un pincho de tortilla que estaba delicioso y nos pareció barato.

De aquí nos acercamos al Parque del Pisuerga alrededor de las 10 a. m. Allí dejamos el coche aparcado y empezamos nuestro andar por la Senda del Oso, un recorrido circular de dificultad media de aproximadamente 12,2 km y 4 horas de duración. Al final hicimos el recorrido en 3 horas y 30 minutos.

Se llama Senda del Oso porque por allí habita el oso pardo, junto a otros mamíferos como el gato montés, el lobo ibérico o el ciervo, entre otros. La probabilidad de encontrarse alguno es muy baja; las que no se esconden son las vacas que pastorean en esas tierras.

Senderismo en la Montaña Palentina.

El paseo es hermoso. La senda empieza bordeando el Pisuerga a unos 1000 m s. n. m., hasta llegar al pueblo de Arbejal. Allí destaca la iglesia de San Andrés Apóstol. Luego se empieza a ascender, pasando uno de los varios miradores que se encuentran en el camino.

Posteriormente nos adentramos en un espeso bosque y coronamos el Collao a unos 1150 m s. n. m. Desde allí empieza un descenso hasta llegar al embalse de la Requejada a unos 1100 m s. n. m. La vista es espectacular.

Iniciamos el regreso por otro camino, con un paisaje totalmente distinto, menos vegetación y una larga subida, menos abrupta pero continua, hasta llegar a la Matilla a unos 1270 m s. n. m. No nos cansamos de disfrutar del aire puro y las vistas.

Empezamos el descenso. Por este lado pasamos junto a un par de chozas centenarias dedicadas a la ganadería y a los restos de lo que fue un poblado medieval llamado San Julián. Con el camino despejado y en franco descenso, eventualmente llegamos a Cervera de Pisuerga.

Tarde de sábado: Ruesga, Piedrasluengas y Cervera.

Llegamos al coche y, como solo habíamos bebido agua durante el paseo, nos fuimos directo a comer. Lo hicimos en Ruesga, en el Bar Juanón. Allí comimos carne preparada por nosotros mismos a la piedra. Nos gustó y estuvo a muy buen precio.

Volvimos al parador para descansar un rato. Era tarde de sábado y se jugaba el derbi capitalino (Atlético–Real Madrid), así que bajamos a uno de los salones del parador a verlo.

Luego de terminar el partido, decidimos tomar carretera en dirección a Cantabria hasta el Mirador de Piedrasluengas, una vía muy vistosa. Por el camino vimos varios grupos de observadores de aves. En otro viaje, cerca de aquí, llegamos a ver buitres leonados.

Ya de regreso, y con la noche cayendo, fuimos a dar una vuelta por Cervera de Pisuerga. Así vimos la Plaza Mayor, la ermita de la Cruz, el Museo Etnográfico Piedad Isla, y la iglesia de Santa María del Castillo, esta última bellamente iluminada.

Ya era hora de cenar y no nos convenció nada de lo que vimos en el pueblo, así que fuimos al parador. Estuvo bastante bien.

Domingo de aventuras en la Senda del Bosque Fósil.

Desayunamos, esta vez en el parador, y salimos con el coche hasta el pequeño pueblo de Verdeña, a unos 15 minutos de Cervera de Pisuerga.

Llegada a Verdeña y primer encuentro con los mastines.

Al llegar al lugar divisamos el aparcamiento público y, aún conduciendo, fuimos recibidos por un mastín que se acercó a nuestro coche mientras andaba, para darnos una bienvenida poco amistosa. Los mastines son usados en la España rural para cuidar el ganado; había varias yeguas en una finca al lado de la vía.

Aparcamos y empezamos a subir por el pequeño pero pintoresco pueblo. En la entrada llama la atención la Iglesia de San Miguel. Seguimos subiendo y vimos un hotel relativamente nuevo y, en el porche de la casa de al lado, un lugareño revisando su móvil junto a otro perro, este amarrado.

Llegamos a la entrada de la senda. El cartel con la información indicaba que era una ruta circular de aproximadamente 3 km y 1 hora. El tiempo, relativamente alto, se debía al desnivel de 120 m. Otro detalle nos llamó la atención: cuidado con los mastines. Junto a la advertencia aparecía un conjunto de medidas que se deben tomar si se los encuentran.

Recorrido por la senda y una experiencia inesperada.

Ya con la mosca detrás de la oreja, empezamos a subir. Llegamos al lugar, sumamente interesante: una pared de roca muestra las marcas de árboles de hace 300 millones de años. Tomamos fotos y empezamos a descender por otro lado.

Llegamos al pueblo. Esta vez el lugareño estaba sentado en un banco afuera: “Buenos días, buenos días”, y seguimos. Cuando empezamos a divisar el aparcamiento, comprobamos que las yeguas se habían salido del corral del otro lado de la vía y ya algunas estaban pastando justo alrededor del coche. Malo.

Regreso complicado y ayuda inesperada.

Seguimos andando y, a lo lejos, vimos a los mastines. Dos de tres se activaron y se dirigieron hacia nosotros a toda velocidad, ladrando. Como ya estábamos preparados para esto, nos detuvimos y tratamos de no mostrarles miedo. Se detuvieron a menos de un metro de nosotros sin dejar de ladrar. Simplemente no nos dejaron avanzar. No les dimos la espalda ni los atacamos; por suerte, había una escalera a mano derecha de la vía y bajamos lentamente por allí.

Buscamos la forma de regresar a donde se encontraba el lugareño, a paso firme, pero sin correr. Le comentamos la situación y se ofreció a acompañarnos; tenía un palo en la mano y, por lo visto, nunca sale sin él.

Fuimos tras él; se enfrentó a los canes sin éxito y regresamos a su casa. Llamó a los dueños de las yeguas, pero no atendieron el teléfono. Probablemente están faenando en otras tierras. Se asomó su madre y nos invitó a pasar. Nos sirvió café y contó que esos perros no eran así, que después de algún verano se habían vuelto más agresivos, dando a entender que algún visitante se metió con ellos.

Es hora de irse de la Montaña Palentina.

Al rato volvió su hijo y nos indicó que ya no estaban las yeguas en el aparcamiento, que ya habían cruzado el pueblo. Intentamos volver a donde estaba el coche. Fuimos bajando nuevamente y, a lo lejos, comprobamos que ya no estaban allí, aunque un par de yeguas se habían quedado pastando en algún solar cercano.

La voz del lugareño, desde atrás, nos indicaba que no nos detuviéramos, que siguiéramos. Mientras tanto, empezamos a escuchar pasos de caballo que se dirigían hacia nosotros desde atrás. También escuchamos al hombre espantando a los mastines.

Al final llegamos in extremis al coche, con una de las yeguas y uno de los mastines vigilándonos desde lo alto, donde se encuentra la iglesia. Muy agradecidos con el señor y su madre por su hospitalidad y compromiso al ayudarnos desinteresadamente.

Nos llevamos esta experiencia a casa. Tal vez fuimos muy cautos, pero el señor y su madre nos dijeron que hicimos bien: no se debe menospreciar la capacidad de hacer daño de estos perros, que, al fin y al cabo, están haciendo su trabajo.

Retorno a casa por Velilla del Río Carrión.

Llegamos al parador, terminamos de recoger nuestras cosas y nos fuimos. Esta vez seguimos la carretera P-210, también llamada la Ruta de los Pantanos o la Ruta de las Aguas Mansas, que conecta a Cervera de Pisuerga con Velilla del Río Carrión.

El paisaje fue espectacular: cruzamos la Montaña Palentina, dejando atrás verdes pastos con caballos y vacas, y los protagonistas de la ruta: los embalses de Ruesga, Camporredondo, Compuerto y Velilla. Nos llamó la atención el bajo nivel del agua, sobre todo en los de Camporredondo y Compuerto.

Pusimos el GPS en dirección al Parador de Lerma, donde nos esperaba una reserva para comer. Nos dimos un buen homenaje y luego regresamos a casa.

Reflexiones finales de nuestra escapada a Cervera de Pisuerga y la Montaña Palentina.

Así concluyó nuestra escapada a la Montaña Palentina, un fin de semana lleno de paisajes sorprendentes, buena gastronomía y anécdotas que no olvidaremos. Entre la tranquilidad del Parador, las sendas rodeadas de naturaleza y el encuentro con la vida rural más auténtica, regresamos a casa con la sensación de haber vivido una experiencia única, de esas que dejan huella y ganas de volver.

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