La Guajira es una península en el Mar Caribe que comparten Venezuela y Colombia. Ambas naciones alguna vez tuvieron un diferendo fronterizo que luego se convirtió en el desinterés de los primeros en seguir el reclamo, y la desidia de los segundos, trayendo como resultado un territorio caído en el olvido, con altos niveles de delincuencia y contrabando en donde reina la pobreza a pesar de ser rico en recursos minerales como el carbón y tener un gran potencial turístico gracias a sus desiertos y bellas playas.
La mayor parte de la península pertenece al departamento colombiano del mismo nombre con capital en la ciudad de Riohacha. Haremos nuestro recorrido en los territorios más al norte de la península-la llamada Alta Guajira- con la finalidad de llegar a Punta Gallinas, el punto más septentrional del continente sudamericano.
Cómo llegar a la Alta Guajira Colombiana.
La Guajira es un territorio complicado, sobretodo del lado venezolano. Sin embargo, el lado colombiano no escapa a la realidad del lugar: en lo que va de 2019 ha habido incidentes con turistas (atracos y hasta un muerto), así que se debe medir el riesgo de viajar allí.
Tanto colombianos como venezolanos organizan caravanas, muchas de ellas escoltadas, para visitar la zona en sus vehículos 4×4. Los turistas que no tengan esta clase de vehículos o prefieran no llevarlos tienen la opción de comprar un paquete turístico con una operadora y empezar desde allí su recorrido.
Nosotros compramos un paquete turístico de 3 días y 2 noches con una operadora que nos recomendaron (Alta Guajira Tours) y de verdad volvimos satisfechos con el servicio recibido.
Recomendaciones en la Alta Guajira.
La parte de La Guajira que visitaremos es el sitio más seco de Colombia, allí sólo crecen pequeños arbustos y especies xerófilas, por lo tanto la sombra es un bien escaso. Ropa fresca, lentes de sol, traje de baño, zapatos cómodos, protector solar y abundante hidratación son necesarias.
¿Qué llevar a la Alta Guajira ?
Tomen sus previsiones: en la Guajira es más fácil conseguir gasolina venezolana de contrabando que agua potable. Al tener un paquete todo incluido en realidad no van a gastar mucho dinero en el viaje, pero es bueno llevar efectivo ya que el chofer les recomendará comprar agua potable, snacks y dulces para regalar a los niños que se conseguirán por el camino haciendo alcabalas improvisadas. Más adelante, durante el recorrido, tendrán oportunidad de comprar artesanía indígena en la que destacan los bolsos.
Los sitios para pernoctar dependen de planta eléctrica e instalaciones sanitarias básicas, así que deben traer linterna, cosméticos, toallas y la menor cantidad posible de equipaje, ya que el espacio en el vehículo es reducido.
Pero lo más importante es llevar buena actitud y espíritu de aventura porque el viaje es agotador y las comodidades limitadas.
Recorriendo la Alta Guajira Colombiana.
Todo empezó muy temprano en la puerta de nuestro hotel en Riohacha. Pasamos a buscar cuatro turistas más: una pareja de italianos y dos jóvenes suizos -que hablaban muy poco español- completaron el grupo que viajaría en una confiable Toyota Land Cruiser serie 80. Si sufren de la espalda les recomendamos que paguen para no ir más de cuatro personas en un vehículo, de lo contrario alguien tendrá que ir en la tercera fila de asientos y en este tipo de caminos van a sentirlo después.
Uribia.
Luego de una charla sobre lo que íbamos a hacer en la sede de la operadora turística arrancamos con destino a Uribia, capital de la nación Wayú –principal etnia indígena que habita la zona-. Al llegar pusimos gasolina e hicimos las últimas compras, pues de allí en adelante será complicado conseguir víveres y bebidas.
En este pueblo encontrarán productos venezolanos que llegan a Colombia por contrabando, “gasolineras” por bidón e indígenas pidiendo en cada esquina. Aprovechamos para tomar un par de cervezas Polar venezolanas, muy extrañadas por nosotros.
De allí salimos al primer punto turístico: las Salinas de Manaure, en donde podrán ver montañas de sal y gente trabajando bajo el sol inclemente a orillas del mar. Un interesante sitio para tomar un par de fotos, preguntar cómo funciona el asunto y seguir.
Retomaríamos nuestro rumbo al norte atravesando el Desierto de Carrizal: kilómetros y kilómetros de arena y uno que otro arbusto o cactus para una espectacular vista en donde se funden el ocre de la tierra y el azul del cielo.
Cabo de la Vela.
En algún momento del camino el chofer nos preguntó qué queríamos almorzar: pescado o pollo, menú que se repetiría durante el viaje. Preferimos siempre pescado, ya que se captura en la zona. Nuestro recorrido se detendría para el almuerzo en Cabo de la Vela.
Después de unos minutos de descanso reanudamos la marcha por el cabo pasando por Playa Arcoiris. Luego caminamos por la punta Ojo de Agua: una interesante montaña que se asemeja a una ballena gigante en la orilla de la playa. Es curioso ver a las personas caminando por su lomo, parecen minúsculas aves.
Visitamos el cerro Pilón de Azúcar, el cual se puede ascender fácilmente para tener una extraordinaria panorámica del lugar. Descendimos y justo al lado aprovechamos para darnos un chapuzón y relajarnos un rato en la Playa Dorada.
Finalmente esperamos, junto a decenas de turistas de distintos lugares del mundo, la puesta del sol en la Punta del Faro.
Siguiendo la recomendación del chofer, salimos pronto del sitio con destino nuevamente a Cabo de la Vela para poder arribar primeros a la posada que nos esperaba. Llegando me deleité viendo a unos kitesurfistas en pleno atardecer: ¡Una espectacular postal!
Entramos a la posada, nos acomodamos en nuestro espacio asignado, tomamos la cena, charlamos un rato con nuestros compañeros de viaje y más tarde nos acostamos en nuestros chinchorros (hamacas).
Dunas de Taroa.
A la mañana siguiente desayunamos huevos revueltos y emprendimos el recorrido del segundo día: pasamos por el Parque Eólico Jepirachi y los desiertos de Puerto Nuevo, Portete, Bahía Honda y Bahía Hondita. En algunos de ellos tuvimos la oportunidad de bajarnos del vehículo para tomar fotos, escalar unas rocas, apreciar una de las bahías, caminar un poco o simplemente sentir la sensación de desamparo que produce el desierto.
Llegamos a Taroa y fuimos un rato a la playa. Un pequeño grupo de árboles a la entrada contrasta entre tanto desierto. Luego fuimos a almorzar cerca de allí e hicimos la siesta en los chinchorros dispuestos en el sitio para tal fin.
Volvimos al camino en dirección de las Dunas de Taroa, uno de los puntos más conocidos de La Guajira y en donde se pueden apreciar médanos en la orilla del mar: un verdadero espectáculo visual. Allí tuvimos más tiempo libre para disfrutar de la playa.
Después seguimos rumbo al norte. Nos detuvimos unos minutos para llegar a un mirador en el que se encontraban unos indígenas vendiendo artesanías y nos topamos con una carismática niña de unos 4 años que desinteresadamente posaba en las fotos de los turistas: un verdadero show.
Punta Gallinas.
Retomamos el camino hasta llegar al punto más septentrional de Sudamérica: Punta Gallinas. Foto obligada con el faro que allí se encuentra y las decenas de montañitas de piedras en equilibrio que allí dejan los visitantes como señal de haber alcanzado un hito en sus vidas. Por cierto, práctica negativa para el frágil ecosistema del lugar.
Nos volvimos a desplazar, esta vez hacia el sur, para poder apreciar el espectacular atardecer en Playa Punta Agujas y volver a la zona de Punta Gallinas para instalarnos en la famosa posada Luzmila: lo más parecido a un resort -al estilo wayú- que se puede encontrar en sus tierras. Allí se concentraron una buena cantidad de turistas que tenían a disposición chinchorros, habitaciones, baños, duchas y un gran comedor rústico. Ya pueden adivinar qué cenamos. Salimos un rato a caminar a la luz de la luna y nos fuimos a dormir agotados del trajín.
Retorno de la Alta Guajira Colombiana.
Luego de un reparador desayuno emprendimos nuestro viaje de regreso haciendo un par de paradas en el camino: nos volvimos a detener en las Dunas de Taroa, pero por otro sitio , para tener una perspectiva diferente del lugar y más adelante nos bajamos en un bosque de cactus.
Llegamos a Riohacha y almorzamos en un restaurante italiano: finalmente algo distinto para comer. El problema es que fue bastante mediocre.
Con la ventaja del idioma, mi experiencia en offroad y mi curiosidad por casi todo, la charla con el chofer fue prácticamente entre nosotros. Incluso llegamos en algunos momentos a compartir puntos con otros vehículos turísticos y los choferes al saber que éramos venezolanos se acercaban a saludar, ya que estaban un poco cansados de la barrera idiomática de la gran mayoría de los turistas que visitan el lugar.
Salir de Riohacha ese día no fue trivial, pues los buses no salen con tanta frecuencia como esperábamos, así que no estaría de más tomar alguna previsión al respecto o tomarse las cosas con calma.
Esto es todo por ahora, amigos. Ante cualquier duda no titubeen en escribirme.
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